Un amistoso e importante saludo en el hielo con Estados Unidos

Texto y fotos por Ángela Posada-Swafford

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El director de la Estacion Palmer, Robert Farrell, tuvo la gentileza de izar la bandera colombiana ese dia. Foto: Angela Posada-Swafford

Haber podido llegar nuevamente a la Estación de Investigaciones Palmer, una de varias que Estados Unidos mantiene en el continente antártico, donde viví seis semanas en el 2010, fue una experiencia tanto mejor por haberlo hecho con la primera, y ayer con la Segunda Expedición Colombiana a la Antártida. Saludar al director y viejo amigo Bob Farrell, y a Polly Penhale, consejera para asuntos ambientales antárticos de la National Science Foundation y presentarles al comandante del buque y al director científico de nuestra expedición, fue importante para mí, y espero que lo sea para el futuro de la cooperación antártica entre Colombia y EE.UU.

Palmer es la única estación estadounidense en la Península Antártica, y durante las últimas tres décadas se ha dedicado a entender hasta los más pequeños detalles de este ecosistema, y la forma en que responde a los cambios de temperatura y acidez del agua. Con el paso de los años, los investigadores de diversas disciplinas que acuden a Palmer han acumulado un archivo de información antártica increíblemente rico en materia de patrones de vientos, nevadas, cantidad de hielo marino y tipos de microorganismos. Un tesoro acerca del punto del planeta que más rápidamente se está calentando, y que comparten libremente con el resto de la comunidad científica mundial.

Palmer nos recibió una soleada mañana izando la bandera colombiana, un gesto que emocionó a todo el mundo mientras el ARC 20 de Julio anclaba en la plácida bahía frente al glaciar Marr. Poco después, gran parte de la tripulación descendía en grupos de 20 personas, para visitar algunos de los edificios de madera azul, disfrutar de la vista del buque desde lo alto y hacer compras en la tienda de la estación. Mientras tanto, el capitán Ricardo Torres y el comandante Jorge Espinel, guiados por Polly Penhale, visitaban los sofisticados laboratorios de la estación, conociendo a los investigadores.

Igualmente importante, tanto Penhale como Farrell visitaron el 20 de Julio y conversaron con algunos de los científicos colombianos, visiblemente impresionados con el buque, su helicóptero y sus capacidades. Un lazo más que se tiende con el Programa Antártico de Estados Unidos, y la posibilidad de un futuro de cooperación entre ambos países.

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Bob Farrell, izq. y el CN Ricardo Torres en Palmer. Credito: Angela Posada-Swafford

Como director de Palmer, Bob Farrell es el alcalde de una pequeña ciudad remota de unas 40 personas, en la que todos dependen de todos. La dinámica de trabajo en Palmer es como una maquinaria bien aceitada en la que cada persona tiene una responsabilidad exacta, que cumple a cabalidad. La dinámica social es como la de una familia donde los hermanos se llevan muy bien. Por lo general cuando algo va mal la misma comunidad se encarga de autorregularse, con una mínima participación de Farrell.

El es un veterano del antártico. Lleva varios años como director, viniendo a quedarse un mínimo de cuatro meses, luego de los cuales es sucedido por otros dos codirectores, ya que la National Science Foundation dispuso que Palmer, al igual que McMurdo (del otro lado de las Montañas Transantárticas) y Amundsen-Scott (en el polo sur geográfico), deben estar abierta todo el año.

“No todo el mundo está cortado para este trabajo”, dice Farrell. “Son muchos meses lejos de la familia. Tienes que ser adaptable, comunicativo, flexible. No debes estar pensando todo el tiempo en lo que no tienes, en la novia, en la falta que te hace. Hay que aprender a gozar del trabajo, del entorno, de la comida. Por eso la comida es tan buena en Palmer: es algo que está diseñado para mantener en buen estado la moral de la gente, lo mismo que en los submarinos”.

Tanto, que en ocasiones vienen chefs graduadas del Cordon Bleu en Paris.  Las cenas de Palmer varían desde sopa de cebolla a la francesa, tortas tatins de manzana y carnes de alto vuelo, hasta la comida nostálgica de las regiones de origen de los ciudadanos de Palmer. Aprenderlas es parte de la descripción del trabajo de las dos chefs.

Farrell también tiene que saber caminar esa delgada línea entre su posición como director y aquella como camarada de la gente. “Si estás siempre en la oficina, tiendes a perderte de lo que está pasando y corres el riesgo de que te perciban como inaccesible. Pero si te pasas demasiado tiempo siendo camarada y tomando cervezas en el bar, entonces no eres efectivo. Además, hay que dejar que la gente se sienta a su anchas, sin tenerte encima todo el tiempo”.

Sus otros deberes incluyen el mantenimiento en general de las instalaciones, y el manejar el presupuesto, que es una fracción de los 450 millones de dólares al año, el total destinado a la Antártica.

Eso incluye todo. Salarios del personal, seguros, logística de barcos, aviones, helicópteros, combustible (aquí usamos 100,000 galones anuales para los generadores y las zodiacs), comida, etc. Todo. Es apenas una pequeña parte del presupuesto de la NSF de más o menos 6 mil millones anuales. Y a cambio de eso el Programa Antártico entrega ciencia de la más alta calidad.

Si el verano es una explosión de vida, el invierno en la latitud 64 Sur, es según Farrell, alucinantemente bello.  “Sólo hay unas cuatro horas de luz, pero qué luz más extraña y espectacular. Todo es de un azul lechoso, y los témpanos brillan como si tuvieran bombillos interiores. El problema es que la gente tiene mucho menos tiempo para irse a pasear en bote, y si el domingo, que es el día libre, hace mal tiempo, pues no hay forma de asomar las narices. Pero a mí me encanta esa época porque uno se recoge, escribe, lee y ve buenas películas”.

El 21 de julio es el solsticio de invierno (el día más corto de las regiones australes), y siempre ha sido un día que se marca en el calendario antártico. “Desde la época de Shackleton y Scott, todos los exploradores de este continente han celebrado este día que marca la mitad del invierno, y que significa más para nosotros que la navidad. Entonces intercambiamos tarjetas de saludos y regalos especiales con las demás estaciones, incluso la Casa Blanca nos manda mensajes de buenos deseos”.

La otra parte del trabajo de Farrell consiste en ser la embajadora antártica ante los buques de crucero de placer y los de expediciones científicas que visitan el Archipiélago Palmer. “Cuando llega el verano a veces tenemos hasta 2 y 3 cruceros por semana, y eso es la locura porque cada vez tengo que subir a bordo con una pequeña delegación y darles una presentación sobre Palmer y la ciencia que llevamos a cabo aquí. Luego damos recorridos de la estación. Lo interesante es que uno nunca sabe quién viene a bordo. Muchas veces son directores de empresas multinacionales, políticos, gente de todo el mundo. Me gusta mucho mostrarles la ciencia que hacemos aquí”.

 

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